miércoles, 12 de noviembre de 2014

SEGUNDA PARTE DEL EPÍLOGO DE "UNA BRISA SUAVE"

              Augusta nunca volvió a saber nada más acerca de don Enrique. Sin embargo, pensaba muchas veces en él. Una parte de ella le seguía amando profundamente.
                El tiempo fue pasando muy despacio.
                Una tarde, Augusta aceptó participar en una cacería que organizaban sus vecinos, los Puig. En aquella cacería participaba también el invitado de sus vecinos.
                Michael MacAlden era cinco años menor que Augusta. En aquella época, la joven ya no era tan joven, como escuchó decir a la señora Puig durante la cacería. Tenía ya treinta años. Michael era el hijo adoptivo de una familia de la aristocracia. Tenía ascendencia escocesa. Pero había pasado toda su vida en Londres.
                Su peculiar acento captó la atención de Augusta. Él alabó su buena puntería. Augusta había disparado contra un pato. El tiro dio en el blanco. Le mostró su presa con orgullo a Michael. Él había participado en cacerías del zorro anteriormente.
                Su vida había sido una pesadilla durante los primeros diez años.
                 Cuando tenía ocho años, murió su madre. Estuvo viviendo en un orfanato donde era maltratado. Y, encima, apenas le alimentaban a sus compañeros y a él. Cuando empezaron a morir niños por culpa del hambre y de las palizas, Michel no pudo más. Escapó de allí. Durante tres meses, estuvo viviendo en la calle. Prefería no hablar de aquel tema.
                Augusta respetó su silencio.
-En estos momentos, estoy viajando por Europa-le comentó a la joven mientras caminaban cerca de los calaixos.
-Tendrá que regresar antes o después a su país-opinó Augusta.
-Lo cierto es que me he enamorado de España y no me gustaría regresar a Inglaterra.
-Yo espero verle con más frecuencia por aquí.
                 Se detuvieron.
                 Michael cogió la mano de Augusta. Se la besó con reverencia.
-Y yo iré a visitarla-le prometió a su vez.
                   En un primer momento, Augusta no se lo creyó.
                   Pero todavía seguía conservando intacta su belleza. Michael había quedado prendado de su cabello de color castaño.
                   Fue fiel a su promesa. A los pocos días, el mayordomo anunció que Augusta tenía una visita. Y Michael MacAlden entró por primera vez en el salón de la masía de los Ballester.
-¿Qué está haciendo usted aquí?-le preguntó Augusta mientras se acercaba a él.
                Michael le cogió la mano y se la besó.
                Entonces, Augusta se percató de que traía un ramo de flores en la mano.
-Es para usted, miss Ballester-le respondió.
-Un ramo de flores...-se asombró Augusta-¿Para mí?
-Es curiosa su reacción. Es usted una auténtica beldad. ¿Nunca le han regalado un ramo de flores?
-No me acuerdo. ¡Ha pasado tanto tiempo! ¡Mil gracias!
-Gracias a usted por permitir que venga a visitarla.
                Durante los siguientes días, Michael se dedicó a cortejar a Augusta.
                La besaba con galantería en la mano cuando la saludaba.
                Sin embargo, una tarde, se atrevió a robarle un beso.
               Ocurrió en el jardín.
-¿Por qué ha hecho eso?-le preguntó sorprendida.
-Deseaba hacerlo-respondió Michael.
                Tiempo después, Michael hizo algo realmente sorprendente.
                Augusta se encontraba en el despacho de su tío Tomás conversando acerca de un libro que la joven acababa de leer. Se titulaba Cartas marruecas. Su autor era José Cadalso.
                 No era la primera vez que Augusta leía aquella novela. Era una de las novelas favoritas de Ricardo.
-Tú te pareces mucho a Ben Beley, tío Tomás-apostilló Augusta-Los dos sois muy sabios. Sabéis mantener la calma.
-Eso no es del todo cierto en mi caso, querida-recordó don Tomás.
-Señor, tiene una visita-anunció el mayordomo, entrando en la biblioteca sin avisar.
                Sin llamar a la puerta.
                 El que había venido de visita tenía mucha prisa en hablar. Necesitaba hablar con don Tomás. Era muy urgente. Y tenía algo que ver con el amor.
                 Don Tomás no tuvo tiempo de hablar. Michael MacAlden entró en la biblioteca. La cara de Augusta al verle reflejaba su estupor. Había ido a verla.
-Mister Ballester, necesito que me haga un favor-pidió Michael-Estoy enamorado de su sobrina Augusta. Mi mayor deseo es casarme con ella.
-¡Se ha vuelto loco!-exclamó la aludida atónita-¿Cómo puede ser que diga que está enamorado de mí?
                Los ojos de Michael brillaron al posarse sobre Augusta. No podía apartar la mirada de aquella esbelta y elegante mujer.
-Si mi sobrina está enamorada de usted, no me opondré a que se casen-decidió don Tomás-Sólo espero que no la aleje demasiado de nosotros.
-No lo haré, señor-le prometió Michael.
                Cogió la mano de Augusta y se la besó con fervor.
                Ella depositó un beso tímido en la mejilla de Michael.
                 Tenía la sensación de que lo que estaba pasando era una locura.
               Cuando tenía treinta y un años, Augusta contrajo matrimonio con Michael MacAlden.
              La boda se celebró en la Ermita de la isla.
              La noche de bodas fue una pesadilla. A Michael, por lo visto, le costaba trabajo consumar el matrimonio.
                Tardaron unos días en consumar el matrimonio. Aquella noche, cuando Michael se unió a Augusta en el lecho, ella estaba temblando de miedo.
                 No sintió nada cuando su marido la besó de manera torpe en la boca.
                Y sintió un gran dolor cuando él invadió su cuerpo. Enrique, pensó Augusta cuando Michael se quedó dormido.
                 No se levantó de la cama. Estuvo llorando durante el resto de la noche. Pensaba en Enrique. Pero nunca más volvería a verle.



POSDATA: La historia de lo que le ocurre a Augusta me ha quedado un poco larga, por lo que he tenido que volver a dividir el epílogo. Mañana, subiré el resto.

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