miércoles, 3 de septiembre de 2014

UNA BRISA SUAVE

DIARIO DE LA SEÑORITA CLAUDIA BALLESTER

FINALES DE JULIO DE 1825

                             Ya ha pasado un mes. 
                             Muchas mañanas, me despierto y me pongo las manos en el vientre. Mi vientre sólo lo tuvo durante dos meses. Mi vientre no crecerá. 
                             Mi pequeño ya no está conmigo. 
                             No llegamos Ricardo y yo a contarle nada a mis padres. Yo le pedí tiempo. 
                            A la mañana siguiente, me desperté al sentir un fuerte dolor en mi vientre. Era un dolor tan agudo que me impedía respirar. El pánico se apoderó de mí, aunque no sabía si lo que estaba pasando era normal. En mi fuero interno, sabía que no era normal. 
                               Empecé a sangrar de manera abundante. Intenté mantener las calma. Llamé a gritos a Rosalía. Si mi madre me veía en aquel estado, empezaría a hacer preguntas. En su lugar, apareció Augusta. 
Y también apareció Ricardo. 
                             No sé en qué momento terminó todo. Tan sólo sé que vi cómo cambiaban las caras de Augusta y de Ricardo. Él luchó por no llorar. Ella luchó por no vomitar. A mis padres les dijeron que yo tenía unas décimas de fiebre. Ricardo se ocupó de enterrar en la playa los paños ensangrentados con los que Augusta taponó mi hendidura. Y lo enterró a él. 
                            A mi niño...
                           No quise guardar reposo durante más de tres días. 
                           Augusta recibió una invitación de un amigo de don Enrique. 
                           Y nos encontramos en la masía que un tal señor Escudero tiene en Remullá. Llegamos hace más de un mes. 
                           El señor Escudero ha invitado a personajes de la alta sociedad de todas las comarcas de Cataluña con la intención de relacionarse con ellos. 
                           Augusta no dudó hasta que no me marché con ella en dirección a Remullá. Era la primera vez que yo salía de la masía de mi familia. 
                             Dejé atrás a Ricardo. Ya no me queda nada que me una a él. 
                             He aprendido muchas cosas acerca de Remullá en el último mes. Se trata de una pedanía de Vandellós. Salgo a pasear por aquí y me sorprende ver todas las casas situadas en fila a un lado del camino. Me da la sensación de que estoy paseando por una calle interminable. 
                          He contado que hay unas quince casas en el pueblo. Y me han comentado que viven aquí unas 30 personas. Detesto los lugares en los que viven muchas personas. Paso mucho tiempo sola. Augusta participa en las actividades que organiza el señor Escudero. Otras veces, se encierra en su habitación. Le escribe cartas a mis padres. 
                          Yo también le escribo cartas a mis padres. Ellos, a su vez, también me escriben a mí. Pero no suelo leer sus cartas. Leeré el nombre de Ricardo. No quiero leer su nombre. Me hace daño pensar en él. Pero echo de menos cómo me abrazaba. Cómo me besaba. Pudimos haber tenido un hijo. Y nuestro hijo está enterrado en un lugar de la playa. Un niño que ha sido enterrado a escondidas. 
                          La masía del señor Escudero está un poco apartada del pueblo. Sin embargo, puedo bajar perfectamente a él. Me he fijado en que todas las casas tienen la misma fachada. 
                          Augusta se queja de que siempre estoy sola. Se queja de que no quiero participar en ninguna de las actividades que organiza el señor Escudero. ¿Acaso no entiende mi prima que no tengo ganas de salir a pasear por el campo? No quiero montar a caballo. 
                           Prefiero bajar a Remullá. Y pasear por su calle infinita. Prefiero estar sola con mis pensamientos. Aunque mis pensamientos me hagan llorar. 

DIARIO DE LA SEÑORITA AUGUSTA BALLESTER

FINALES DE JULIO DE 1825

                        No puedo centrarme en la partida de brisca. 
                       Un grupo de damas me han invitado a que juegue a la brisca con ellas. Y yo he aceptado. 
                        Ya no recuerdo la última vez que jugué a la brisca. Empecé entusiasmada la partida.
-Su prima siempre está triste, señorita Ballester-me dijo una de las damas. 
                        Desde entonces, no puedo centrarme en la partida. Y pierdo.
                         Contemplo a mi prima Claudia. Está sentada en un sillón. Sujeta un libro entre las manos. Yo sé que, en realidad, no está leyendo. Se está esforzando en leer. Pero no lo consigue. He logrado separarla del lado de Ricardo. Pero hay demasiadas cosas entre ellos. El amor que se profesan es demasiado grande. Y está el recuerdo del hijo de ambos.
                        El niño que no llegó a nacer.

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