jueves, 7 de agosto de 2014

UNA BRISA SUAVE

31 DE MARZO DE 1825

                          Me paso todo el día acostada en mi cama, presa de un fuerte dolor de cabeza que no logro quitarme. Mi doncella me pasa paños empapados en agua por la frente y oigo a mi madre decirle, muy alarmada, a mi padre que debería de mandar a uno de los criados más jóvenes a buscar al médico.
                            Ricardo no me engaña. Lo escuché anoche discutir con Augusta.
                            Mi prima está a mi lado. Sentada en mi cama...
-Lo último que quiero es que enfermes, Claudia-me dice-A pesar de todo...
-¿Qué quieres decir?-le pregunto.
                             Augusta me coge la mano y me la besa con cariño.
                            No es el momento de discutir. No me siento nada bien. 
                            Ricardo se niega a separarse del lado de mi cama. Augusta siente el deseo de sacarlo de mi habitación a rastras.
-No le estás haciendo ningún bien a Claudia-le asegura. 
                           Pero Ricardo se sienta en la cama, junto a mí. Me mira con dulzura.
-No quiero separarme de ti-me dice.
-Es sólo un simple dolor de cabeza-afirmo.
-Es todo, Claudia. Acabarás enfermando y será culpa mía. Te hago daño. 
-No me haces daño. Me quieres. 
                          A pesar de todo...
                          Estoy enamorada de Ricardo. 
-Perdóname-me pide Ricardo con tristeza. 
-No hay nada que perdonar-le sonrío. 
                        Él se inclina para besarme en la frente. 
-Mi dulce Claudia...-me susurra con amor. 
                        Sí...Es amor.
-Me quedaré aquí contigo-me dice Ricardo.
-No hace falta que te quedes-insisto.
                       Mi doncella nos mira. 
-Es usted un buen muchacho, señor-le dice-Quiere mucho a su prima.
-Claudia es mi todo para mí-afirma Ricardo con vehemencia-Sólo quiero cuidarla. 



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