lunes, 4 de agosto de 2014

UNA BRISA SUAVE

28 DE MARZO DE 1825

-Te noto algo triste-observa mi padre. 
-Tengo demasiadas cosas en la cabeza. 
                       Mi padre me encuentra en la biblioteca. He cogido un libro al azar. 
                      Leo su portada. Se trata de Poética, de Ignacio Luzán. Tengo el libro abierto. Pero no soy capaz de ir más allá del primer verso de la primera página. 
                      Me hallo sentada en el suelo, con las piernas cruzadas. Mi padre se pone de rodillas para estar a mi altura. 
-Ese señor Serrano es el hombre que mejor te convenga-opina mi padre-He oído muchos rumores acerca d él. Es un crápula. Claudia, querida, tú puedes aspirar a alguien mejor que él. Eres una Ballester. 
-Papá, no hace falta que me lo recuerdes-le pido. 
-Pero Pedro Serrano no es un hombre que sea digno de ti. 
-Me agrada que venga a visitarme. Pero soy la primera que admite que es mejor mantener las distancias con él. No creo que pueda romperme el corazón. No estoy enamorada del señor Serrano. Pero podría tener acceso a mi dote. Y dejarme en la ruina. 
                              Mi pobre padre no sabe nada. Siento cómo mi corazón se encoge dentro de mi pecho. 
                        Mi padre sonríe. 
-Eres una muchacha muy inteligente, Claudia-afirma con orgullo. 
                       No quiero que hable de mí con orgullo. No quiero que piense que soy inteligente. En ese momento, Ricardo entra en la biblioteca. 
                       Me da el beso obligado en la mejilla, a modo de saludo. Pero estamos tensos. 
-¿De dónde vienes?-le pregunta mi padre. 
-He estado en los calaixos, tío Tomás, dando un paseo-responde Ricardo-Me estaba agobiando. No me gusta estar encerrado. 
-Has venido en buen momento. A lo mejor, tu prima se distrae si le lees un poema de Luzán en voz alta. 
                         No quiero mirar a mi padre a la cara. 
-Es una buena idea, tío Tomás-corrobora Ricardo-Me gusta leerle en voz alta a Claudia. Siempre me presta atención. Augusta tiene al conde metido en la cabeza. 
                        Ricardo se sienta a mi lado en el suelo. Mi padre sale de la biblioteca. 
                        Deja la puerta entreabierta. 
-Augusta no va a decir nada por el momento-le informo a Ricardo-Me lo dijo anoche. Vino a verme a mi habitación y me contó que no pensaba hablar. Yo sé que acabará hablando antes o después. 
-Claudia, ha llegado el momento de que me sincere con los tíos-decide él. 
-¡No digas nada!
-Es preciso que hable. Ellos desean nuestra felicidad. 
                        Y yo estoy muerta de miedo. Tengo miedo de que Ricardo se sincere con mis padres. 
                        Los conozco bien. No lo entenderán. Van a pensar lo peor de nosotros. No sé lo que pasará. Y tengo demasiado miedo. Soy una cobarde. 
-No podemos pasarnos el resto de nuestras vidas escondiéndonos-insiste Ricardo-No estamos haciendo nada malo. Estamos enamorados. No hay ningún delito en amarnos. Es cierto que está el problema de que somos primos. Pero...
-Primero, vamos a consultarlo con el sacerdote-le propongo-Él nos dirá lo que tenemos que hacer. Entonces...
                       La idea ha pasado muy deprisa por mi mente. 
-¿Crees que el párroco nos casará?-me pregunta Ricardo-Puede ponernos impedimentos. 
-No lo sé-respondo-Por probar, no perdemos nada. Iremos a hablar con él cuando tú quieras. 
                         Quiero hacer las cosas bien. Antes de hablar con nuestros padres. Por lo menos, evitarles un golpe terrible. No lo soportarán, pienso con miedo. Se morirán de la vergüenza y de la pena. Cierro los ojos. 
                          Ricardo acuna mi cara entre sus manos. Me besa con ternura en los labios. Llena de besos suaves mi cara. 

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