domingo, 3 de agosto de 2014

UNA BRISA SUAVE

27 DE MARZO DE 1825

                                    Augusta entra en mi habitación antes de que amanezca. 
                                   Yo estoy acostada en mi cama, pero no he podido conciliar el sueño en toda la noche. 
                                   Augusta viene descalza. No se ha puesto la bata encima del camisón. Su cabello de color castaño con matices rubios está enredado y suelto. Tampoco ella ha podido conciliar el sueño. Tiene mil ideas en su cabeza. Le pasa lo mismo que me pasa a mí, pienso. Augusta se sienta en mi cama. 
                                  Va a proponerme algo, pienso. 
-He estado pensando en lo que está pasando-me dice-No puedo pedirle a Ricardo que rompa contigo. Mi hermano está muy enamorado de ti. Da igual que seas su prima. Nuestra prima...Nunca te dejará. 
-¿Y qué sugieres que hagamos?-le pregunto. 
-No lo sé. 
-¿Vas a contárselo a mis padres?
-Si hablo, tío Tomás se volverá loco de rabia. Y tía Prudencia se morirá de la pena. 
-Entonces, ¿qué piensas hacer?
-De momento, voy a guardar silencio. Es lo único que se me ocurre hacer. Fingiré que no sé nada. Pero me aterra la idea de que mis tíos puedan enterarse. Lo único que le pido a Dios es que no te quedes embarazada. 
                                Se hace el silencio. Yo no me atrevo a mirar a Augusta a la cara. Siento cómo una ola de calor me golpea de lleno en la cara. 
-Ricardo y tú habéis hecho algo más que besaros-opina Augusta-¿No es así? No sé si quiero que me digas la verdad. 
-Augusta...-titubeo...-Yo...
                                Ella me interrumpe haciendo un gesto con la mano. 
-No quiero saberlo-me pide-Tengo mis sospechas al respecto. No me cuentes nada. Por favor...No quiero saber más nada de este asunto. 


                             Augusta no dirá nada. Fingirá que no sabe nada. Pero ella sabe que Ricardo y yo estamos enamorados. Y, antes o después, acabará estallando. 
-Nunca hemos querido hacerte daño-le aseguro, sentándome en la cama. 
-Vuestro amor me hace daño a mí por mis celos-admite Augusta-Por mi egoísmo...Porque yo tenía trazados unos planes para vosotros. Pensaba que era por vuestro bien. 
                            Le cojo la mano. Se la oprimo con suavidad. Me la llevó a los labios. Tanto Augusta como yo estamos llorando. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario