lunes, 25 de agosto de 2014

UNA BRISA SUAVE

DIARIO DE LA SEÑORITA CLAUDIA BALLESTER

29 DE MAYO DE 1825

                           Llevo a Augusta hasta el hueco de la escalera. 
                           Mi prima está como ausente en un primer momento. No me pregunta nada. Tan sólo me mira de manera fija. Y, poco a poco, va reaccionando. 
                            Su rostro, que estaba pálido, se ha tornado de golpe rojo. Muy rojo...
-¿Qué estás diciendo?-se horroriza. 
-Mis padres no saben nada-contesto-Y te ruego que no se lo cuentes. 
-No hace falta preguntarte quién es el padre. ¿No es así?
-Las dos sabemos que se trata de Ricardo. 
                           Oigo a mi madre. 
                           Es la hora de la merienda. 
                           Augusta y yo entramos en el comedor. Mis padres ya se han sentado alrededor de la mesa. 
                           Augusta me mira con espanto. Yo me siento enfrente de ella. 
                           Ya sé lo que me pasa. Lo pienso cuando Rosalía vierte chocolate caliente en mi taza. 
                           No tengo la menor duda. Voy a tener un hijo. Estoy esperando un hijo de Ricardo. ¡Y estoy muerta de miedo! 
-Claudia, tienes muy mala cara-observa mi padre. 
-No duermo bien, papá-miento. 
-El señor Serrano ya no viene por aquí. ¿Qué ha ocurrido? Espero que no haya intentado hacerte nada. 
-El señor Serrano ha resultado ser todo un caballero. 
-Ya falta menos para que viajes a Barcelona-me recuerda mi madre con una sonrisa-Entonces, podrás conocer a caballeros mucho más importantes que Pedro Serrano. Serán dignos de ti. O puede que estés deseando viajar a Madrid a conocer a los Reyes. 
-La Reina María Josefa está enferma de los nervios-interviene Augusta-Vi a Elisenda el otro día en casa de Dafne y me lo contó. 
                          No quiero viajar a Madrid. No quiero viajar a Barcelona. Mi vientre está todavía plano. Pero sé que no tardará en empezar a aumentar. 
                         Oigo a alguien golpear la puerta de casa. Me sobresalto. Pienso que podría ser el médico de la isla. 
                         He bajado esta mañana a la aldea. El médico vive en la aldea. 
                         He ido a su casa. He fingido que sólo sentía curiosidad por conocer cuáles eran los síntomas de un embarazo. Sospecho que el médico no me ha creído demasiado cuando me ha hecho pasar a su casa. Atiende a los enfermos en su casa. 
                            Tengo todos los síntomas. Intento no pensar en eso mientras trato de merendar. Me da asco, incluso, beber un sorbo de mi taza de chocolate. 
                            Oigo al mayordomo saludar a alguien. El corazón me da un vuelco. ¡Estoy oyendo la voz de Ricardo! Ha vuelto, pienso. No sé reaccionar. 
                            Ricardo entra en el comedor. No mira a nadie. Sólo me mira a mí. 
                            Augusta corre a abrazarle. No puede parar de llorar. 
                            Ricardo se aparta de ella. Se acerca a mí. Me mira con adoración. 
-Claudia...-susurra. 
                             Y me besa en la boca. Oigo el grito ahogado de mi madre. 





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