miércoles, 20 de agosto de 2014

UNA BRISA SUAVE

A LO LARGO DEL MES DE MAYO

DIARIO DE LA SEÑORITA CLAUDIA BALLESTER

                         Releo las páginas de mi antiguo diario. 
                         En lo que va de año, he terminado de escribir dos diarios. 
                         La joven que escribió el primer diario no puede ser la misma joven que ha empezado a escribir el tercer diario. 
                         Estoy a punto de volverme loca. Es el segundo mes que se me retrasa el periodo. 
                         Me siento mal. Tengo una gran sensación de cansancio. No desaparece. No duermo por las noches. Supongo que será por eso. Estoy muy asustada. No quiero ni pensar que podría estar esperando un hijo de Ricardo. Mi vientre está plano. No sé qué hacer. Tengo mucho miedo. Y Augusta no me servirá de mucha ayuda. Lo único que hace es llorar. 
                        Y, aunque trato de disimularlo, he empezado a sentir nauseas. La comida me da asco. No vomito. Pero me da mucho asco ver una tostada untada con mantequilla. 
                          Estoy en mi habitación. 
                          Dafne ha venido a visitar a Augusta. 
                          Cojo mi viejo y acabado diario. Me gustaría volver atrás el tiempo. 
                          Mi cumpleaños es el día 4 de enero. 
                          La primera anotación de mi viejo y acabado diario es del día 4 de enero de este año. 
                           Para celebrarlo, mis padres organizaron una pequeña fiesta en nuestra masía. 
                          No acudieron muchos invitados a la fiesta. De algún modo...Lo agradecí porque no me gustan las fiestas por todo lo alto. 
-Es tu gran día, prima-apostilló Augusta. 
                          No tengo muchas amigas. Quienes vinieron a la fiesta fueron las amigas de Augusta. Mi prima ha hecho muchas amistades desde que llegó a Buda. Pero sus amigas se portaron con mucho cariño conmigo. 
-¿Te diviertes en tu fiesta, Claudia?-me preguntó una de sus amigas. 
                            Se llamaba Elisenda. 
-Es una fiesta muy divertida-respondí. 
-Serás presentada en sociedad, querida-intervino Dafne. 
-¡Pero eso ocurrirá en otoño!-le recordó Elisenda-Le quedan unos meses todavía para que viaje a Barcelona. 
                             Me hicieron muchos regalos. Soplé las velas. La tarta era de chocolate. 
-Pide un deseo-me exhortó mi padre. 
-Se te hará realidad-añadió mi madre. 
                             Soplé las velas. Recuerdo que se brindaron en muchas ocasiones con vino a mi salud. Y que comimos tarta. 
                              Me sentí la mujer más feliz del mundo. 
                              Después de comer tarta, se celebró un baile. Pedro Serrano me invitó a bailar con él. Y yo acepté. El conde de Noriega también acudió a la fiesta. Y bailó con Augusta. 
                               Pedro Serrano depositó un beso en mi mano antes de empezar el baile. Un vals...
-Es usted una admirable bailarina-me alabó. 
                               Yo me sentí halagada. ¡Qué poco sabía entonces de la vida!
                               A pesar de que no está bien, acepté bailar un segundo vals con Pedro Serrano. 
                               Al terminar de bailar aquel vals, Ricardo entró en el salón. Oí a mi madre ahogar un grito. Ricardo se tambaleaba. No podía caminar erguido. 
-¡Estás borracho!-le espetó Augusta-¡Vienes apestando a vino barato! 
-No me gusta esta clase de fiestas-replicó Ricardo arrastrando las palabras-Pero quería darle a nuestra bella primita su regalo de cumpleaños. 
-Ricardo, vete a tu habitación. Tío Tomás ya hablará contigo mañana. En cuanto se te pase la cogorza que traes. Anda. ¡Vete!
-¡No te haré caso! Deja que le dé a Claudia su regalo de cumpleaños. Cada año que pasa está cada vez más bella. 
                           Ricardo se acercó a mí y me estampó un beso en la boca. 
                           Fue un beso que tengo que reconocer que fue más bien torpe. Yo pensé que Ricardo se había equivocado. Estaba tan borracho que no supo darme un beso en la mejilla. Ahora, me doy cuenta de la verdad. 
                             Ricardo deseaba besarme en los labios.
                             Pero no se atrevía a hacerlo. Yo era su prima. Yo soy su prima. Aún recuerdo la cara descompuesta de Augusta. Puedo escuchar los latidos acelerados de mi corazón. La mirada cargada de desesperación que me dirigió Ricardo cuando se apartó de mí. Sus labios posados de manera casi rabiosa sobre mis labios...
                                Todo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario