domingo, 6 de julio de 2014

UNA BRISA SUAVE

18 DE MARZO DE 1825

                         Que Ricardo y yo nos besemos debajo de la escalera en la boca no está bien. Lo pienso una y otra vez cuando salgo del hueco de la escalera. Cuando entro en el salón y me enfrento a las miradas de mis padres y de Augusta. 
                        Lo pienso una y otra vez. 
                        La criada me sirve una taza de chocolate cuando me siento en el sofá junto a Augusta. Mi mano tiembla cuando me llevo la taza de chocolate a los labios para beber un sorbo. 
-Estás muy pálida, Claudia-observa mi madre. 
                          No le puedo hablar a mi madre de las veces que mi primo y yo nos besamos a escondidas. 
-Ya viene el calor-le miento-Por eso, estoy algo sofocada. 
-¿Dónde tienes tu abanico?-me pregunta Augusta. 
                        No quiero abanicarme, pienso.
                         Augusta me abraza con cariño. No sabe lo que siento. No puede saberlo. Ni quiero que lo sepa nunca.
                           Para disgusto de mi madre, Augusta lleva suelto su cabello de color castaño. Su figura alta permanece erguida cuando está sentada en el sofá del salón. El color va volviendo poco a poco a su piel. La veo más delgada. Ha pasado muchos días de angustia. No sabía nada de Enrique. Yo me pregunto a mí misma si es verdad que está en Barcelona.
-A lo mejor, has discutido con el señor Serrano-opina-Hace días que no le ves.
                        Guardo silencio.
                        No se trata de Pedro.
                       Me alegro de no verle desde hace días.
                        Pero no paro de pensar en Ricardo. Antes o después...
                       Alguien se dará cuenta. La cara es el espejo del alma. Lo he leído en algún libro.
-No tiene nada que ver con ese hombre-le aseguro a mi prima.
                        Tiene que ver con tu hermano, pienso.
                         Pasa que me he enamorado de él.
                         Pasa que me he entregado a él. ¡Eso es lo que pasa! Ricardo nunca terminará casado con Dafne.
                         Él está enamorado de mí. Eso es lo único que pasa. Pero no quiero confesártelo todavía, Augusta.
                          Eso no es lo peor, pienso. Lo peor es que ha vuelto a pasar. Ricardo vino a verme a mi habitación.
                         Volví a entregarme a él. Lo único que quería era estar con él. Ser abrazada por él. Y me abrazó. Me acarició todo el cuerpo con las manos. Me besó con una pasión increíblemente descontrolada. Me acarició todo el cuerpo con la lengua.
                        Y yo sentí cómo mi sentido común se esfumaba. ¿Dónde estaba la juiciosa Claudia? ¿Dónde estaba la sensata Claudia?
                          Me entregué a Ricardo. ¡Lo confieso! Y disfruté mientras nos poseíamos el uno al otro. Mientras éramos un sólo ser. Una sola persona...Dios mío...
                         No recuerdo nada más. Sólo que nos abrazamos hasta hacernos daños. Que nos besamos en los labios con pasión y de manera larga tantas veces que sentí cómo Ricardo me sorbía hasta el alma. Que llenó de besos uno de mis pechos. Que fue mío. Que fui suya.
                       La doncella que comparto con Augusta no lo sabe. Cuando ha entrado esta mañana en mi habitación, Ricardo se había ido un rato antes. No me arrepiento, pienso. Pero...Tengo miedo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario