jueves, 28 de febrero de 2013

UNA BRISA SUAVE

Hola a todos.
Hoy, vamos a centrarnos en los pensamientos de Claudia. Descubriremos lo que pasa por su cabeza en un momento importante para ella.
Espero que os guste.

                           21 de febrero de 1825

-Dafne te ama, Ricardo-le cuento a mi primo-Su amor por ti es sincero. No pide mucho.
              Ricardo guarda silencio durante unos instantes que se me hacen eternos.
-No puede ser-dice.
-¡Ella te ama!-insisto-Lo que hay entre nosotros debería quedar atrás. Es lo más razonable. Esto no puede seguir.
                Hemos salido a dar un paseo por una zona de la isla donde abundan las palmeras. El rostro de Ricardo se contrae a medida que las palabras van saliendo de mi boca.
-Lo siento mucho, Claudia-se disculpa-Siento todo el daño que le estoy haciendo a Dafne. No se lo merece. No sólo porque es la mejor amiga de mi hermana. No se lo merece porque es demasiado buena.
-¡Puedes hacerla feliz!-le aseguro-Olvídame. Y trata de hacerla feliz.
-¡No me pidas que haga eso, Claudia! Sabes de sobra que no lo haría.
               Sus ojos se llenan de lágrimas. Me coge las manos. Hay mucha desesperación en su mirada cuando se posa sobre mí.
-¿Por qué no intentas ser razonable?-le espeto.
-La razón es algo que escapa a mi entendimiento-afirma-Me guío movido por mi corazón. Así ha sido siempre. La cabeza grita mucho. Hay que escuchar lo que te dice tu corazón. Y hacerle siempre caso. Nunca se equivoca.
-¿Has pensado que esta vez podría ser diferente? ¡Se trata de nosotros! ¡Se trata de nuestra familia! ¡Dios mío! ¿No te importa nada nuestra familia?


                 Lo que yo pido es que Ricardo se olvide de mí como mujer y que me mire como siempre me ha mirado. Quiero recuperar a mi primo.
                 Pero cuando él se lleva mi mano a los labios y me la besa con devoción, comprendo que estoy pidiendo un imposible.
-No puedo complacerte en lo que me pides, Claudia-me confiesa.
                Es lo que estoy deseando escuchar, pero no quiero admitirlo porque el rostro de Dafne me viene a la mente. Ricardo me besa en la frente.
-No puedo dejar de amarte-me confiesa.
                En este momento...
                No me muevo y sus labios se posan sobre los míos. Me besa. Me está besando con suavidad y con ternura en los labios. Pero el beso va tornándose apasionado. Dejo que se torne apasionado. Me entrego a su beso. Le correspondo. Dejo que su lengua invada mi boca. Que pueda saborear mi boca. Mi saliva...Que se junte con mi lengua. Que se sacie de mí. Mientras, yo puedo saciarme de él. ¿Quién nos ve en este lugar lleno de palmeras?
                 No sé quién pone fin al beso. Sólo sé que su frente se posa sobre la mía. Sólo sé que Ricardo y yo estamos destinados a permanecer juntos para siempre.
-¿Qué le digo a Dafne?-le pregunto, casi sin voz-¿Cómo voy a volver a mirarla a la cara?
              Ricardo traga saliva con gesto apesadumbrado.
-Hablaré con Dafne-me promete.


-¿Y qué le vas a decir?-me inquieto.
-Tendré que ser sincero con ella. Sólo lamento el daño que le voy a hacer. Espero que me perdone algún día. Y que no me odie demasiado.
-¿Es necesario que lo hagas?
-Sí...
-¡Dios mío!
                No sé si podré vivir con esta culpa que me está corroyendo poco a poco el alma.
                 No quiero ser la culpable del sufrimiento de Dafne. Pero soy la única que se interpone entre ella y Ricardo. El amor que siente mi primo por mí no es bueno. Está destrozando a Dafne. Eso me angustia. Pero también puede destrozar a nuestra familia. No puedo alejarme de Ricardo. Por muy presente que tenga todo eso en mi cabeza. No puedo renunciar a mi amor por él.

lunes, 25 de febrero de 2013

UNA BRISA SUAVE

Hola a todos.
Pido perdón por haber tenido algo descuidado este blog durante estos días. He estado preparando la sorpresa que tengo reservada para el mes que entra.
¡Espero que os guste!
Mientras tanto, aquí tenéis un nuevo capítulo de Una brisa suave.
Este capítulo se centra en la figura de Ricardo. Vamos a seguir conociendo mejor a nuetro personaje. Lo que piensa. Y lo que siente.
Espero que os guste.
¡No olvidéis comentar!

                          20 de febrero de 1825

                 Noto a Claudia más distante.
                 Durante todo el día, ha intentado evitarme. No quería ni mirarme a la cara. Me pregunto el porqué.
                ¿Acaso la he ofendido en algo? ¿Le he dicho algo que haya podido molestarla? No quiero que sufra por mi culpa. ¿Le estoy haciendo sufrir?
                 Claudia no quiere quedarse a solas conmigo.
                 Pone toda clase de excusas para evitar quedarse conmigo. No sé lo que le pasa. No me lo quiere contar.
                 Se lo pregunto a Augusta. A lo mejor, ella sabe algo. Pero mi hermana no sabe nada.
-Tendrá el día tonto-se limita a contestarme.
                Me pregunto si Augusta sabe algo más y no me lo quiere decir. De modo que me dedico a interrogarla. Mi hermana acaba mirándome con las cejas arqueadas.
-¿Por qué tienes tanto interés en saber lo que le pasa a nuestra prima?-me pregunta.
                 Los dos estamos en el jardín.
-Es como una hermana para mí-le respondo-Me preocupo por ella.
-Tiene sus cosas en la cabeza-dice Augusta-No tienes que hacerle caso.
                Augusta se cierra en banda. Se niega a seguir hablándome de Claudia.
-¿Te has peleado con ella?-se decide a preguntarme.
                Eso es lo que quiero saber, pienso.
-A lo mejor, está enfada contigo porque eres un cabezota-apostilla Augusta-¿Cómo se te ocurre rechazar a Dafne? ¡Con lo que ella te quiere! No me extraña que Claudia esté disgustada contigo.
               ¡Lo que Claudia está es celosa!, deseo gritarle.
               ¿Lo comprendería Augusta?
               Entonces, me doy cuenta de que mi hermana sigue empeñada en casarme con Dafne.
-¿Qué te ha dicho Dafne?-la interrogo.
-Te ama, Ricardo-me asegura Augusta-¿Por qué no admites que sientes lo mismo por ella?
-¡Augusta, por Dios! ¡No seas obstinada! Quiero a Dafne.
-¿Lo ves? ¡Tú mismo lo dices! La quieres. ¡Lo acabas de decir!
-¡No es eso! Quiero a Dafne como te quiero a ti. No es lo mismo. Es otra clase de amor. Más tranquilo...Más dulce...
-Pero es amor. Para Dafne eso es suficiente. Os queréis. Otras parejas son peores. Se casan sin amor. Acaban odiándose. Nuestros padres se amaban. ¿Te acuerdas?
                  ¿Cómo puede pedirme Augusta eso?, me pregunto. Sólo piensa en contentar a Dafne. ¡No la amo!
                  Augusta no ve la realidad. La tiene delante de sus ojos y se niega a verla. Tiene los ojos cerrados. Los aprieta con mucha fuerza.
                 No puedo complacer a Augusta. Lo siento por ella. Y lo siento también por Dafne. Sólo puedo amar a una mujer. Y esa mujer es Claudia. No puedo renunciar a ella. Me duele hacerle daño a Dafne. Pero no soy el que ha elegido. Mi corazón ha hecho una elección.
-Por nuestros padres...-digo-Por el recuerdo que tengo de ellos. Lo siento.
-Dafne tiene muchas virtudes-me insiste Augusta-Te será fiel siempre. Nunca te echará nada en cara.
-Pido amar a la mujer con la que me case. Y pido también que esa mujer me ame. No es tan difícil. Sólo se trata de amor.
-Te entiendo. Créeme. Te entiendo, Ricardo.
                No lo parece, pienso.
                No pareces ponerte en mi situación.

miércoles, 20 de febrero de 2013

UNA BRISA SUAVE

                            19 de febrero de 1825

-No vale la pena que sigas sufriendo, Dafne-oigo decir a Augusta-Te estás haciendo daño.
-¿Y qué quieres que haga?-se lamenta Dafne Velasco.
-Tienes que seguir adelante. ¡Mi hermano es un idiota!
               Entro en el salón. Sentadas en el sofá están Augusta y Dafne.
-Hola...-saludo-Buenas tardes...
-Buenas tardes, Claudia-me saluda Dafne.
               Me siento en el sillon. Miro a Dafne. Lleva puesto un vestido de color azul. A Dafne le gusta mucho el color azul. Hace juego con el color de sus ojos. Al menos, eso es lo que dice la modista de la isla. Con mi vestido de color claro, siento palidecer a su lado. Dafne siempre ha sido muy hermosa.
-Será mejor que no siga hablando-decide Dafne-No quiero que nadie más se entere de mis problemas.
-Puedes hablar con total confianza delante de Claudia-la invita Dafne-Es una muchacha muy comprensiva. Además...Ella...¡Ella podría hablar con Ricardo! Puede hacerle entrar en razón. Mi hermano verá lo maravillosa que eres si Claudia habla con él.
              ¿Intercerde yo por Dafne ante Ricardo?, me pregunto.
              Los ojos de Dafne se agrandan.
             De pronto, se pregunta si tiene Augusta razón. Ricardo y yo nos llevamos bien.
             Pero hay un pequeño problema. Yo no quiero hablar con Ricardo de ese tema. No quiero contarle lo maravillosa que es Dafne. ¡Quiero que sólo se fije en mí!
                ¿Cómo se lo voy a contar a Dafne?
             ¿Cómo se lo voy a contar a Augusta?
             Aún no ha pasado nada entre Ricardo y yo. Debo de darle gracias a Dios por ello. Nunca pasará nada entre nosotros. Hablaría con él. Esto no puede seguir adelante. ¡Es una locura!
              Dafne parece estar pensando en lo que le ha dicho Augusta. Puedo leer su mente. Debe de pensar que es una buena idea. Ricardo me haría caso.
              Aparto la vista de Dafne. No quiero que me mire. No quiero que piense que soy la solución a sus problemas. ¡Dios mío! ¿Cómo puedo mirar a esta pobre chica a la cara? ¿Por qué no me traga la Tierra? Siento el deseo de cubrirme el rostro con las manos. De cerrar los ojos. De salir corriendo a un sitio donde no me conozca nadie.
             Sería lo mejor para todos.
-¿Por qué no intentas hablar con Ricardo?-me implora-¡A lo mejor, a ti te escucha! Creo que él me ama.
               ¡Él no te ama!, quiero increparle.
-Hay un problema-prosigue Dafne-Ya sabes cómo es tu primo, Claudia. Piensa que no es el hombre apropiado para mí. Que acabaría arruinándonos, como hizo su padre con su familia-Mira a Augusta-¡Oh, perdóname, Augusta! No era mi intención ofender a tu pobre padre. ¡Qué en paz descanse!
-Sé que no ha sido tu intención, amiga-la tranquiliza mi prima-Pero la idea es buena. Ricardo puede ser muy impulsivo. Sin embargo, es muy bueno. Y te podría hacer muy feliz.
                  Dafne sonrió radiante.
-No sé si será una buena idea-intervengo-Ese tema sólo os incumbe a mi primo y a ti.


                   ¿Por qué me pides que haga esto?, me pregunto. ¿Por qué me haces esto? ¡No sigas hablando! ¡Cállate! ¡Basta!
-Haré lo que pueda-decido-Pero no te prometo nada.
-Seguro que harás entrar al cabezota de mi hermano-me asegura Augusta.
-¡Bendita seas, Claudia!-exclama Dafne-Amo a Ricardo con toda mi alma. Mi mayor deseo es casarme con él. Si hago realidad mi sueño, me consideraré la mujer más feliz del mundo.
-Dafne...-susurro.
-¡Lo conseguirás!
-Al menos, vas a ser feliz al lado de Ricardo-comenta Augusta-Yo, en cambio, no sé qué pensar. Hace ya varios días que no veo al conde. Ya no me escribe cartas. Ya no viene a visitarme. Y...Lo confieso. Estoy muy preocupada por él.
                  Augusta parece preocupada.
-No debes de sufrir por el conde de Noriega, prima-la tranquilizo.
-El conde vendrá a verte antes o después-le asegura Dafne-Tendrá sus asuntos. Y no ha podido escribirte ni siquiera. Pero eso no signfica que no piense en ti. Te aseguro que estará en estos momentos mucho de menos.
               Augusta está viviendo su propio Infierno de amor. Sufre porque está enamorada. Porque no sabe nada de su amado. Porque ese hombre no viene a verla. Quiero saber si el conde ama realmente a Augusta. Dafne también está sufriendo.
              Ama a Ricardo.
              Y yo también estoy enamorada de Ricardo. ¡Estoy enamorada de mi primo!
                Eso no es lo peor. Él me corresponde.
              ¿Qué es lo que nos ha pasado? No quiero que Dafne esté sufriendo por mi culpa.
              Pero se nota que está sufriendo mucho. La veo más delgada que en días anteriores. Tiene los ojos hinchados. Su mirada habla de un gran dolor. Ha estado llorando por culpa del desamor de Ricardo.
                   Nos ponemos de pie.
-Me tengo que ir-anuncia.
-¿Tan pronto?-se extraña Augusta.
-Tenemos una visita muy especial. Mi hermano va a venir a vernos.
-¿Ocurre algo?-inquiero.
-No has estado nunca en sociedad-contesta Dafne-No sabes cómo funciona ese mundo. Yo sí he estado en la temporada social. A la gente le gusta hablar de los demás. Le gusta hablar mal de los demás.
             Salimos al jardín. Agradezco poder respirar aire fresco.
-¿Por qué hablas así?-indaga Augusta.
-La gente dirá que mi cuñada le fue infiel a mi hermano-se sincera Dafne.
-¡Nadie dirá tal cosa!
-Dios sabe que mi cuñada es una mujer muy virtuosa. Le ha sido siempre fiel a mi hermano. Lo adora. Y él, a su vez, la adora a ella.
-¿Cuánto tiempo llevan casados?-me intereso.
              Se trata del hermano mayor de Dafne. La llegada de los hijos, en este caso, se está haciendo esperar. Corrían muchos rumores acerca de la falta de hijos en la pareja. Uno de aquellos rumores apuntaba a que ella era estéril.
-Son nueve años de matrimonio-contesta Dafne.
               Nueve años...Los hijos no lo son todo en un matrimonio. Cuando vienen, se agradece. Porque los hijos son una prueba de ese amor que se profesa la pareja. O, al menos, eso es lo que quiere pensar mi mente romántica. Se decía que la cuñada de Dafne está a punto de volverse loca por la ausencia de hijos.
                 Finalmente, Dafne lanza un suspiro hondo. Tiene que irse a casa. Nos sonríe. Besa a Augusta en ambas mejillas. Me besa también en ambas mejillas.
-Confío en ti, Claudia-me dice-Confío en tus palabras y en tu buen juicio. Vas a conseguir que Ricardo admita que me ama. ¡Oh, Claudia! ¡Te estaría agradecida toda la vida! ¡Me harías muy feliz!
                  Me siento culpable. El rostro de Dafne está radiante de alegría. No sospecha nada, pienso. Dafne me abraza con cariño.


-Cuento contigo-me dice-No me falles. Mi felicidad depende de ti.
                  ¿Y qué pasa con mi felicidad?, quiero preguntar. Siento ganas de echarme a llorar.
-Te veo muy callada, prima-observa Augusta.
                   No soy capaz de decir nada. ¿Qué es lo que le puedo decir a mi prima? ¿La verdad? ¡Y delante de Dafne! Siento asco de mí misma. Me odio. Soy débil. Débil...Y cobarde...
                   No puedo hablar.
                  Se me hace un nudo en la garganta.
                  ¿Qué le puedo decir a Dafne?
                  Sus ojos me hablan del amor que siente por Ricardo. ¿Podrá leer en mis ojos que yo también le amo? ¿Se dará cuenta de que podría ser su rival? No quiero que Dafne me odie.
-Hablaré con él y veré lo que consigo-digo-Pero no te prometo nada.
                 Aunque no es mucho lo que le digo, Dafne parece darse por satisfecha. Se me parte el alma cuando se aleja de Augusta y de mí. Mi prima se queja del viento que hace y que se le va la falda. Yo no le hago caso. Tengo otras cosas más importantes en la cabeza.

martes, 19 de febrero de 2013

UNA BRISA SUAVE

Hola a todos.
Os pido perdón por haber pasado ya una semana sin hacer ni una sola publicación en este blog. He estado ocupada escribiendo relatos cortos. Sigo corrigiendo mi novela Con el corazón roto, pero los relatos cortos me sirven para distraerme. El problema viene ahora ¡Se me ha ido por completo para la inspiración para proseguir con esta historia!
No os preocupéis ¡He vuelto!
Vamos a seguir contando la historia de amor de Claudia y Ricardo. Vamos a ver lo que pasa a continuación. Lo haremos desde el punto de vista de Claudia.
Espero que os guste ¡No olvidéis comentar!

                            18 de febrero de 1825

                     Una vez a la semana, recibo clases de baile.
-Uno...-dice mi profesora-Dos...Tres...
                     Intenta que aprenda a bailar el vals. Yo repito en mi mente los pasos de baile. En el vals son tres pasos.
-Uno...-repite mi profesora.
                   Augusta está sentada en una silla. Lee un libro mientras bailo el vals con mi profesora. No es mi institutriz. De hecho, mi institutriz se marchó hace unos meses. Según ella, su hermano estaba gravemente enfermo.
-Bailas igual que un ángel-me dice Augusta.
-Gracias...-digo.
-No se despiste, señorita Ballester-me regaña mi profesora.
                  Tiene un fuerte acento italiano.
                   No recuerdo bien cómo se apellida.
-Lo siento mucho-me excuso-Dispénseme.
                  Me da vergüenza preguntarle cómo se llama. Busco a Ricardo con la mirada por el salón.
                   ¿Dónde se habrá metido?, me pregunto. Posiblemente, haya salido a dar un paseo a caballo.
                  Con frecuencia, sale a pasear a caballo. Es un magnífico jinete. Al igual que Augusta, le gusta ir al galope. Salta todos los obstáculos que encuentra en su camino.
                  Es mi profesora la que tararea el vals. No se oye ninguna música. Finalmente, dejamos de bailar. Voy adonde está Augusta.
-Recuerdo cuando tenía tu edad-me cuenta.
-¿También aprendiste a bailar el vals?-indago.
-Soy un desastre bailando. Mi institutriz acabó harta de mí.
-No te creo.
-Es la verdad. Lo que pasa es que todavía no has asistido a ningún baile. Pero no tardarás en tener tu puesta de largo.
-Será en septiembre.
                   No sé si quiero ser presentada en sociedad. La idea en sí nunca me ha gustado.
                 Sólo sé una cosa. No quiero estar lejos de Ricardo.



                    Augusta me cuenta cosas acerca de cómo fue su puesta de largo. De hecho, ha estado en Madrid. Ha sido presentada al Rey. Dice de él que le pareció que estaba muy gordo.
-¡Augusta!-exclamo escandalizada-¿Cómo puedes decir esas cosas?
-¡Es que está gordo, Claudia!-se ríe.
-Espero que no le dijeras nada.
-¡Pues se lo dije! En cuanto le hice la reverencia. Le dije que estaba gordo.
-¿Y él que hizo?
-No me sonrió. Pensé que se echaría a reír. Pero torció el gesto. Se enfadó conmigo. Lo noté. Mi madre me apartó de su lado corriendo.
                  Me echo a reír.
                 Me imagino a Augusta humillando a un hombre tan arrogante como lo es el Rey Fernando. Mi prima suele ser una joven sincera y directa. No se anda con medias tintas. Va con la verdad de frente.

martes, 12 de febrero de 2013

UNA BRISA SUAVE

Hola a todos.
De nuevo, veremos hoy el diario de Ricardo. ¿Qué secretos esconde en el fondo de su corazón? ¡Vamos a descubrirlos!

                     17 de febrero de 1825

               A veces, la mente me hace una mala pasada.
               Tiempo atrás, creía que mi vida había acabado. Sé lo que es sufrir por amor.
               Me digo a mí mismo que tengo que sincerarme con Claudia. De la misma forma que me he sincerado con Dafne. Decirle a Claudia la verdad. Que tengo un pasado.
               Han pasado dos años desde entonces. Las heridas que me hicieron ya han cicatrizado.
              No han desaparecido. Cuando se sufre un desengaño, esas heridas tardan mucho tiempo en desaparecer.
             En mi caso, están desapareciendo. Claudia se encarga de curar mis heridas. Es un bálsamo para mi alma. Pero su presencia me quema y me abrasa. Igual que el fuego...Es algo que no había sentido antes.
             Me han rechazado antes.
            Lloré mucho.
            Deseé morirme.
            Bebía mucho.
             Augusta temía por mí. Intentaba taparme ante nuestros padres cuando yo regresaba a casa completamente borracho.
             No llegué a tocar fondo. Mis padres murieron en aquel estúpido accidente. Augusta se vino abajo. Me tocó a mí hacerme el fuerte.
            Mi hermana me necesitaba. Tuve que dejar mis penas de amor a un lado. Augusta no es fuerte. Me necesitaba. Debía de cuidar de ella. Tenía que pensar en ella.
            Para entonces, Claudia estaba a mi lado. Ella era la única que me hacía reír. Era la única capaz de consolarme.
             Tengo a Claudia. Ella está conmigo. Nunca me abandonará.
             Me moriré si pierdo a Claudia.
              Perder a Claudia me haría más daño del que sufrí todas las veces que me rechazaron. Así es como lo siento.

lunes, 11 de febrero de 2013

UNA BRISA SUAVE

            16 de febrero de 1825

-Aún no me puedo creer lo que has hecho-le reprocho a Ricardo-¿Cómo se te ha ocurrido romperle el corazón a Dafne? Augusta está furiosa contigo. Nunca antes la habia visto así.
-Lamento de verdad lo que he hecho-me confiesa él-Pero tenía que ser sincero con ella.
-Dafne te ama. Su amor por ti es sincero. Me apena saber que está triste.
-Decirle que yo también la amaba sería faltarle a la verdad. No se lo merece.
-Tampoco se merece tu desamor.
-Es lo que siento.
              Ricardo y yo estamos dando un paseo por la playa los dos solos.
-Dafne encontrará a un hombre mucho mejor que yo-me asegura-Y será amada por él.
              Esta mañana, he oído a Ricardo y a Augusta discutir en la habitación de él. Sé que Augusta deseaba ver a Ricardo unido a Dafne. Le apena saber que eso no va a pasar. Se han gritado. Augusta no quiere volver a dirigirle la palabra a Ricardo. Y una parte de mí me grita que soy la culpable de esa situación.
-¿Y qué va a pasar ahora?-le pregunto a Ricardo.
-Hablaré con tus padres-responde él-Hablaré con tu hermana. Tendrán que entenderlo. Si es preciso, iré yo mismo a Roma a pedir la dispensa papal. Nos casaremos, Claudia. Aunque sea lo último que hagamos.
-¡No hables así!
             Nos detenemos y yo abrazo con fuerza a Ricardo.
             Llevo el pelo suelto y el viento juega con él. Ricardo se aparta de mí apenas unos centímetros. De alguna forma, quiere asegurarme que todo irá bien. Que nuestro amor sí tiene futuro y que va a triunfar. Aún así, tengo muchas dudas y tengo también mucho miedo. Nadie lo entenderá, pienso.
-Dafne es como una hermana para mí-me cuenta Ricardo-Por eso, he tenido ser sincero con ella. Me destroza pensar en el daño que le he hecho. Porque la quiero muchísimo. No te lo voy a negar. Pero no estoy enamorado de ella.
-Ricardo, aún estamos a tiempo. ¿No lo has pensado? Aún no es tarde.
             Él niega con la cabeza.
-No me pidas eso, Claudia-me ruega-No lo haría.
-Aún no ha ocurrido nada irremediable entre nosotros-le recuerdo-Visita a Dafne y dile que la amas, aunque sea mentira.
-Estaría traicionando a mi corazón y los dos sufriríamos. Todos sufriríamos.
               Nos dejamos caer sobre la arena de la playa. Yo estoy llorando en silencio. Saber que el corazón de Ricardo sólo es mío me llena de felicidad. Pero me produce una terrible desazón saber que Dafne está sufriendo por mi culpa. Me pregunto si los sentimientos de Pedro Serrano hacia mí son también sinceros. Creo que él sólo busca mi dote. ¿O acaso también está enamorado de mí? Dice que me ama. ¿Me estará diciendo la verdad? ¿O sólo está buscando la manera de embaucarme?
-No me queda otra opción que hablar con el señor Serrano-me decido.
-Estaré contigo cuando llegue ese momento-me asegura Ricardo-No dejaré que ese miserable te haga daño.
-No me hará nada. Descuida. Además, sé cuidar de mí misma. No te preocupes por mí.
-Tengo que preocuparme por ti. Si ese miserable te hace daño, te juro que lo mataré. Aunque, después, me fusilen.
-¡Por Dios, no hables de ese modo!
-Es lo que siento.
-Te preocupas demasiado por mí.
            Nos inclinamos el uno hacia el otro. Nuestros labios se encuentran y se funden en un beso cargado de dulzura.
-Nos están esperando-le digo-Es hora de volver a casa.
-¿Tú quieres volver a casa?-me pregunta Ricardo.
-Prefiero quedarme aquí un ratito más. Por lo menos, puedo pensar que estoy sola contigo.
                 Ricardo me sonríe con dulzura. Podría pasarme toda la vida mirándole mientras me sonríe de ese modo. Me doy cuenta de que estoy perdida. No puedo renunciar a Ricardo. Ni quiero renunciar a él.
                  En mi fuero interno, sé que estoy cometiendo una locura. Sé que mi relación con Ricardo debería de terminar.
                   No existe un futuro para nosotros. Ricardo no se resigna. Yo me he resignado. Soy una cobarde.
                  Ricardo tendría que olvidarme. Ricardo debería de buscar a una mujer que lo ame de verdad. Una mujer que no sea una Ballester. Y yo soy una Ballester. Y soy una cobarde. No me lo merezco.
                   Quiero hacérselo ver. Pero no me atrevo a decirle nada.
                   Ricardo me hace ver con sus gestos que sólo quiere estar conmigo. No quiere renunciar a mí. No puede renunciar a mí. Su amor prohibido...
-Lo siento-pienso con tristeza.

domingo, 10 de febrero de 2013

UNA BRISA SUAVE

Hola a todos.
Del diario de Ricardo pasamos hoy al diario de Claudia.
Vamos a seguir viendo lo que le pasa por la cabeza nuestra protagonista.
Espero que os guste.

                 15 de febrero de 1825

               Augusta ha ido a visitar a Dafne esta mañana y ella ha llorado sobre su hombro sus penas de amor.
                 Cuando Augusta regresa a casa, está visiblemente nerviosa. Se pasea de un lado a otro del salón con gesto furioso. Yo estoy sentada en el sofá bordando y la veo pasearse. Sus rizos caen sobre sus hombros. El moño se le ha soltado. No se ha dado cuenta.
-¡Ese niñato me va a oír!-me asegura-¡Cuando lo vea, me va a oír!
-¿A quién te refieres?-le pregunto.
-¡Me estoy refiriendo a Ricardo! ¡Mi hermano es un idiota! Ayer, fue a casa de Dafne.
-¿Y qué pasó? ¿Discutieron? ¿Él la comprometió? Augusta...Me estás poniendo nerviosa. ¿Qué ha pasado entre Dafne y Ricardo?
                 Augusta me cuenta el porqué Dafne estaba llorando cuando ha ido a verla. Es verdad que Ricardo fue ayer a visitarla. Y pasó algo entre ellos. Ricardo le dijo que no estaba enamorado de ella. Que lo sentía en el alma, pero que estaba enamorado de otra mujer.
-¿Dijo eso?-casi grito.
                Mis manos tiemblan con violencia. Casi me pincho mientras estoy bordando. Se trata de un pañuelo que estoy bordando para mí. Tengo que dejar de bordar.
-¡Pues lo dijo!-se indigna Augusta-Le rompió el corazón a Dafne.
-Lo siento por ella-digo-Pero es joven y muy guapa. ¡Seguro que lo acabará olvidando!
-¡No lo entiendes, Claudia!
                Es Augusta la que no entiende nada. No puede escuchar los latidos acelerados de mi corazón. No puede escuchar cómo mi respiración se hace más entrecortada. No puede ver el brillo de alegría indecente que hay en mis ojos.
-Cuando he llegado a casa de Dafne, la pobre se ha abrazado a mí y me ha contado lo que el bestia de mi hermano le ha hecho-prosigue Augusta.
                  Está cada vez más enfadada con Ricardo.
-¿Le contó tu hermano de quién está enamorado?-indago-¿Mencionó algún nombre?
-¡No, no le dijo nada!-bufa Augusta-Sólo dijo que estaba enamorado de otra mujer. ¡Y se quedó tan tranquilo!
-No lo creo. A Ricardo le duele hacerle daño a Dafne. Pero piensa una cosa, prima. Hizo lo que debía.
                Augusta niega con la cabeza. El matrimonio entre Ricardo y Dafne era un proyecto soñado por ella desde hace algún tiempo.
-¡Ésta no se la perdono!-me avisa-¡No le voy a hablar nunca más! ¿Cómo ha podido hacerle esto a Dafne? ¿Cómo ha podido hacerme esto a mí?
-Se trata de la vida de tu hermano-le recuerdo-Ricardo ya no es un niño.
                Augusta gruñe.
              Me apena verla tan enfadada.
              Siento asco de mí misma. ¿Cómo puedo alegrarme ante el dolor de otra persona? ¿Qué clase de monstruo soy? Suspiro hondo y trato de controlar las lágrimas que se agolpan en mis ojos.
-¡A ti también te parece monstruoso lo que ha hecho mi hermano!-me señala Augusta-No me extraña. Quieres mucho a Dafne.
-Sí...-balbuceo-Es una buena chica.. No se merece sufrir.
-Y mi hermano es un cerdo que le ha hecho sufrir.
            Tengo que ponerme de pie. No le digo nada a Augusta. Salgo corriendo del salón. Me siento en un escalón. No sé qué sentir. Me horroriza estar contenta porque no hay nada entre Ricardo y Dafne. Pero es lo que siento. ¿Cómo puedo controlar estos sentimientos? ¿Qué puedo hacer? No puedo olvidar a Ricardo. No quiero que se aleje de mí. Quiero que esté conmigo. ¿Tan malo es que lo ame?

viernes, 8 de febrero de 2013

UNA BRISA SUAVE

              Hola a todos.
             Hoy vamos a seguir conociendo un poco mejor a Ricardo. En breve, empezarán a aparecer más personajes en esta novela. ¡Ya os lo iré presentando! Todos estos personajes tienen mucho que decir.
         Espero que os siga gustando. ¡Y no dejéis de comentar!

          14 de febrero de 1825

           Me dirijo a pie a la masía de los Velasco. No entiendo el porqué hay gente en la isla que prefiere desplazarse en un carruaje de alquiler. Supongo que lo hacen porque la isla tiene 5 kilómetros de longitud.
           Prefiero caminar. No sé cómo he de enfrentarme a Dafne. No quiero que sufra por mi culpa. No quiero que esté enamorada de mí. Intento pensar que, a lo mejor, Dafne no me ama. Y si está enamorada de mí. ¿Cómo voy a corresponder a ese amor? No puede haber otra mujer en mi vida.
              Mi corazón sólo pertenece a una mujer. Y esa mujer es Claudia.
             Dafne me está esperando en el jardín.
             Dice que es mejor que esté ella en el jardín. Me tiende su mano para que se la bese y se la beso.
-Mis padres no están en estos momentos en casa-me informa.
-¿Acaso ellos desconfían de mí?-le pregunto.
-Sólo quiero hacer lo correcto. Pero no me da miedo verme dentro de casa a solas contigo.
            Dafne me mira con mucha intensidad.
-Tengo algo que decirte-ataco.
-¿De qué se trata?-me pregunta Dafne.
-Es sobre nosotros dos. No quiero confundirte. Te tengo mucho cariño. Eres como una hermana para mí. Si te soy sincero, te quiero mucho. Te he visto crecer. Lo último que quiero es hacerte daño.
-Ricardo, nunca me has hecho daño. El sentimiento que me describes es mutuo. Sé que puedo confiar en ti. Que nunca me vas a dejar.
-¿Estás enamorada de mí, Dafne?
            Ella se pone roja al escucharme. Creo que no se esperaba esa pregunta. Se sienta en una silla del jardín. Yo me pongo de rodillas a su lado.


-Tienes una opinión muy elevada sobre ti mismo-sonríe. Me sonríe-Pero no andas desencaminado. Yo...Te miro. Y no veo en ti al hermano pequeño de mi mejor amiga. Tendrás tus defectos. Eres muy alocado e impulsivo. Necesitas a tu lado a una mujer seria y tranquila. A una mujer que sea capaz de llevarte por el buen camino. Y...Yo...Yo soy esa mujer.
             Niego con la cabeza. Dafne me mira de nuevo, pero su mirada está cargada de confusión.
-Lo siento mucho-me disculpo-Pero lamento tener que hacer esto. No estoy enamorado de ti.
             Los ojos de Dafne se abren desorbitados. Su gesto se descompone.
-Entiendo-alcanza a decir.
              Aparta la vista de mí. Sé que sus ojos están llenos de lágrimas. No quiero que Dafne llore por mi culpa.
-Quiero que sepas una cosa-prosigo-Eres la mujer más extraordinaria que jamás he conocido. Eres hermosa. Eres inteligente. Eres bondadosa. Cualquier hombre del mundo se sentiría orgulloso de tenerte como esposa. Lo digo de corazón.
-Cualquier hombre del mundo...-susurra Dafne-Excepto tú...
-Lo lamento. No quería hacerte daño. Me destroza saber que he hecho lo que no quería hacer.
-Te agradezco tus palabras.
              Una lágrima rueda por la mejilla de Dafne. Se la limpio con la mano. Aprieto los puños con pesar. Me odio a mí mismo por saber que soy el culpable de su llanto. Dafne no quiere llorar delante de mí. No quiere que me compadezca de ella.
              No me preguntes, pienso.
              Le cojo la mano. Ella no me rechaza.
-¿Hay otra mujer?-quiere saber.
              Me limito a asentir. No me atrevo a confesarle la verdad del todo a Dafne. Ni siquiera sé cuándo le contaré la verdad a Augusta. No sé en qué momento empezó todo a cambiar. No sé en qué momento Claudia dejó de ser mi prima para mí y se convirtió en algo más. En alguien especial...
-Es muy afortunada-dice Dafne.
-La amo con todo mi corazón-le confieso-Dafne...Perdóname. No quiero que me odies.
-Nunca podría odiarte. Has sido muy honesto conmigo.
 -Desearía, de verdad, haberme enamorado de ti.
-Es mejor que me digas la verdad ahora. Después...Habría sido demasiado tarde, Ricardo.
              Beso a Dafne en las mejillas. Es hora de que regrese a casa. Nos despedimos de manera cordial. Pero hay un regusto amago en mi boca en cuanto me separo de Dafne. Camina en dirección a su casa.
              No quiero que deje de ser amiga de Augusta por mi culpa. No podría soportarlo. Mi hermana me odiaría durante el resto de su vida.
              Desde niños, siempre me he preocupado mucho por Claudia. Es cuatro años menor que yo. Siempre la he visto muy frágil y delicada. Aunque, a menudo, me sorprenda con su genio. Toda una Ballester, como decía mi madre. Me gusta escuchar su voz cuando me lee en voz alta. Tiene un timbre de voz precioso.
              El cariño que Claudia y yo nos profesábamos era como el de dos hermanos. Solía pensar que tenía en Augusta a mi hermana mayor, que lo es. Y que tenía en Claudia a mi hermana pequeña. Pero ella es mi prima.
              De pronto, algo cambió.
             Empecé a pensar que veía el Sol cuando veía aparecer su rubia cabecita en casa. Que el cielo se despejaba cuando mis ojos se encontraban con los suyos. Que lo más adorable que había visto en mi vida era ver su naricita arrugada. Que quería hacer algo más que besarla en una mejilla. Que su rostro reflejaba la bondad que anida en su corazón.
             Pronto, quise verla a todas horas. Ver aparecer su figura. Estar con ella. Hablar con ella. Leo ensayos sólo porque Claudia lee ensayos. Quiero dejar de hacer locuras. Quiero ser un hombre digno de ella. Ser el caballero que me cuesta trabajo ser. Claudia es mi razón de ser. El Sol sale en mi vida sólo porque ella está conmigo.
             Vivo sólo porque ella está viva.

jueves, 7 de febrero de 2013

UNA BRISA SUAVE

             Se me ha ocurrido una idea.
            ¿Y si conocemos un poco mejor a Ricardo? ¿Y si vemos lo que anida en su interior y en su corazón?
              Este microrrelato corresponde al diario de Ricardo.

             13 de febrero de 1825

            Hoy, Augusta y yo hemos participado en otra cacería de patos.
            Si tengo que ser sincero, me aburren soberanamente. Mi tío Tomás utiliza un reclamo para patos. No encuentro placer en perseguir a ese pobre animal. Y, luego, dispararle a sangre fría. Augusta, en cambio, parece divertirse. Su risa cuando dispara contra un pato y lo mata me resulta sádica.
-¡Anímate, hermanito!-me insta.
             Me muestra el pato que acabo de matar.
-¿No te da pena matar a ese pobre animal?-le regaño-No te ha hecho nada.
-Los patos pueden ser peligrosos-afirma Augusta.
-Son inofensivos, hermana.
-Ricardo, voy a tener que pedirle a Dafne que haga algo. Que intente animarte. Llevas unos días muy raro. No sé el porqué. ¡Por Dios! Estás empezando a hablar igual que Claudia.
            Claudia...
-A lo mejor, ella tiene razón-sugiero-Esto que hacemos está mal. Matar animales por diversión no es sano. Lo considero una crueldad. Y tú no eres cruel, Augusta.
               Mi hermana se echa a reír. Sin embargo, su risa es más bien triste.
-Ahora, eres tú la que estás rara-observo.
               Empezamos a caminar.
              Nos hemos alejado algo de nuestro grupo. Oimos disparos en la distancia. Augusta lleva el cadáver del pato colgado boca abajo. Intento no mirarlo.
-El conde no ha venido-se lamenta.
-Tendría cosas que hacer-opino-Cosas de conde...
-No tiene hijos.
-Pero tiene tierras. Y es su deber ocuparse de ellas.
               Mi hermana tiene el ceño fruncido. No parece conforme con la explicación que le he dado.
-¿Y si está con otra?-se angustia-Los hombres os créeis mejores que nadie. Os casáis sólo para engendrar hijos legítimos. Pero, luego, os olvidáis de vuestras esposas. Y os largáis con la primera pelandusca que aparece en vuestros caminos. Y don Enrique...Es un hombre. Un hombre viudo y sin hijos...Y yo...
-Tú eres una joven extraordinaria-intento animarla-Eres hermosa. Estás llena de vida, Augusta.
-No sé si estarás enamorado de Dafne. Yo espero que sí. Porque es mi mejor amiga. El amor cambia la vida de las personas. Las hace querer ser mejores. Yo quiero ser digna de Su Excelencia. Quiero que esté orgulloso de mí. Yo lo admiro mucho. Y lo respeto.
                Augusta se ha hecho demasiadas ilusiones. No sólo se ha hecho ilusiones en su relación con el conde de Noriega. Se ha hecho ilusiones sobre Dafne y sobre mí. Me siento incapaz de hablar de forma sincera con mi hermana.
-¿Te has parado a preguntarme si estoy enamorado de Dafne?-me decido. Augusta me mira. El cadáver del pato se balancea mientras caminamos-Es tu mejor amiga. Lo sé. Sé que te haría ilusión verme casado con ella. Y lo admito. Es una joven realmente hermosa. Además, es buena y honesta. Sería la esposa perfecta para mí. Pero...
-¡Tú mismo lo acabas de decir!-me indica Augusta-Sería la esposa perfecta para ti. ¡La amas!
-No, hermana. Me he explicado mal.
-¡Te has explicado perfectamente! ¡Oh, Ricardo! ¡Eso es maravilloso!
-Augusta...Escúchame. No es lo que estás pensando. Verás. Yo...Bueno...
                No puedo seguir hablando. Augusta no para de parlotear acerca de mi futura boda con Dafne. Yo intento hablar con ella. Quiero hacerla entrar en razón. Pero no lo consigo. En ese momento, nuestro tío Tomás nos sale al paso.
-¡Por fin!-exclama al vernos-¡Os he encontrado!
-¡Tío Tomás!-grita Augusta-¡Mira lo que he cazado!
               Le enseña el cadáver del pato.
-Hermoso ejemplar...-valora el tío Tomás.
-¡Tío!-trina Augusta-Prepárate. Creo que va a haber boda a la vista.
                 Me guiña un ojo. Augusta lo ha entendido todo del revés. Me siento terriblemente frustrado. ¿Cómo le explico que no estoy enamorado de Dafne? No me atrevo ni a mirar a mi tío a los ojos.
-De modo que vas a pedirle matrimonio a la señorita Velasco-observa él.
             Niego con la cabeza.
              No voy a casarme con Dafne, tío Tomás. Estoy enamorado de otra mujer. Y esa otra mujer es Claudia. Su hija...Mi prima...Le ruego que me entienda, tío.
              Empezamos a caminar.
                      
             El tío Tomás se adelanta a nosotros. Va a saludar a un amigo que participar en la cacería. Yo procuro sonreír. Veo a mi hermana más entusiasmada.
-Aún es un poco pronto para que te cases con Dafne-opina.
             Habla de hacer una boda doble. O una boda triple, en el caso de que a Claudia le pida la mano un caballero formal. Siento que alguien acaba de darme un puñetazo en el estómago. ¡Claudia no puede casarse con nadie! ¡Claudia está enamorada de mí! Y yo no puedo casarme con Dafne. ¡Mi corazón sólo late por Claudia!
-Hermana...-trato de decir-Creo que ha habido un malentendido. Le tengo mucho cariño a Dafne.
-A mí no me engañas, hermano-se obstina Augusta-La quieres. Eso significa que estás enamorado de ella.
-El querer a una persona no significa que, por fuerza, la ame. Te quiero porque eres mi hermana. Y quiero a Dafne porque es como una hermana para mí.
-¡La amas! ¡No trates de negármelo!
               Augusta no entenderá que yo esté enamorado de Claudia.
               Ya me ve casado con Dafne.
              Tengo que acabar con todo esto, me decido.
              Iré a ver a Dafne. Y me sinceraré con ella.
               No quiero hacerle daño.   

miércoles, 6 de febrero de 2013

UNA BRISA SUAVE

                12 de febrero de 1825

-¿Qué vamos a hacer ahora?-le pregunto a Ricardo-¿Cómo nos apañaremos para poder vernos? No vivimos solos. Están mis padres. Están los criados. Y está Augusta.
-La masía es muy grande-responde Ricardo-Podemos encontrarnos en cualquier parte. Además, somos primos. Nadie sospechará de nosotros.
-Aún así, no puedo evitar sentir miedo. Miedo de que alguien se entere de lo que hay entre nosotros.
-Hablaré con tu padre. Es también mi tío. Yo entiendo que esto le resulte algo peculiar. Pero es especial. Es hermoso. Es amor, Claudia.
-No ha debido de pasar. Me alegro de que me quieras. Que estés enamorado de mí. Pero pienso en Dafne. Y...
-Hablaré con Dafne. Le diré que estoy enamorado de otra joven. Sólo lamento hacerle daño. Porque... Es una buena amiga de mi hermana. La conozco desde siempre. Sé que su amor por mí es sincero.
-Quiérela entonces. Trata de hacerla feliz.
             Ricardo y yo estamos dando un paseo a pie. Nuestros pasos nos llevan hasta la orilla de la laguna del interior de la isla. Comunica con el río Ebro.
                A veces, Ricardo se me queda mirando y parece que me mira como extasiado. ¿Qué es lo que ve en mí?, me pregunto.
-No me pidas eso-me dice-Sabes que no lo haré. Aunque le rompa el corazón, no puedo mentirle a Dafne.
-Aún no ha pasado nada entre nosotros-le recuerdo.
               El día está soleado. Ni una sola nube cubre el inmenso cielo azul. Pienso que los verdaderos nubarrones están cerca de nosotros.
-Pero pasará-añado.
               Mis mejillas se tiñen de rojo. ¿Puede pasar algo entre Ricardo y yo? ¿Algo más además de lo que ha pasado?
               Empiezo a caminar muy deprisa.
 -Claudia, espera-me llama Ricardo-No vayas tan deprisa.
-Podría vernos alguien-le comento-Pensará algo raro de nosotros. Hemos salido solos.
-Puedo escoltarte perfectamente porque soy tu primo.
                Y estás enamorado de mí, pienso. Igual que yo estoy enamorada de ti.
-Hablaré con el señor Serrano-digo.
-¿Y qué le vas a decir?-inquiere Ricardo.
-Será un sinvergüenza. Pero no creo que sea un mal hombre. Es como un niño pequeño e inmaduro.
-Me da miedo que intente hacerte daño.
-No me hará nada. Sé defenderme.



                  Luego, pienso en Augusta. ¿Qué dirá mi prima cuando se entere? Soy su confidente. Pero Ricardo es su hermano.
                  Nos detenemos y Ricardo me besa. Nos fundimos en un beso largo y apasionado. Yo correspondo a ese beso. Lo beso con auténtico fervor.
                  Esta tarde, llevo puesto un vestido de color rosa fuerte. Llevo recogido mi pelo en un moño de estilo más moderno. Cosa rara en mí, he prescindido de llevar sombrero. Ricardo me coge la mano y me la besa. Dice que estoy mucho más guapa esta tarde que otros días.
-Aunque, para ser sincero, estás guapa siempre-me confiesa.
-Eres un mentiroso adulador-me río.
-No es mi estilo decir mentiras. Tampoco me gusta adular a las personas porque veo que es algo falso. Me gusta decir la verdad.
               Nos detenemos y miramos el mar al fondo.
-Un hermoso paisaje...-afirmo.
-Me gustaría quedarme aquí eternamente-me confiesa Ricardo-Lejos de todo...Sin preocupaciones...
Sin pensar en nada.
-Pero tenemos que volver a casa.
-Es verdad.
                 Nos miramos. Ricardo se inclina sobre mí y sus labios se apoderan de los míos. Yo correspondo a ese beso. Dejo que su lengua invada mi boca. Abro la boca y mi cuerpo se aprieta conntra su cuerpo.


                Yo tampoco quiero regresar a casa.
                No quiero pensar en lo que le tendremos que decir a mis padres y a Augusta cuando llegue el momento.

martes, 5 de febrero de 2013

UNA BRISA SUAVE

             11 de febrero de 1825

-Te noto rara-observa Augusta-¿Ha pasado algo?
-Estoy como siempre-miento.
-Me temo que te estás enamorando de ese sinvergüenza de Pedro Serrano. Mi tío debería prohibirle que ponga los pies en casa.
-¡Oh, no! No es eso. Tengo mis problemas.
-¿Por qué no me hablas de ellos?
-Me gustaría escribir un ensayo. Ya está. Ya te lo he dicho. Tu prima quiere ser ensayista.
              Las dos estamos sentadas a la mesa del comedor. Estamos dando cada una cuenta de una taza de chocolate caliente. Bebo un sorbo de mi taza de chocolate.
              Esta mañana, cuando he bajado la escalera, Ricardo me estaba esperando. Le he dado un beso en la mejilla. Pero él me ha besado en los labios. Un beso corto y suave...Creo que nadie nos ha visto.
-¿Y sobre qué quieres escribir?-quiere saber Augusta.
-Sobre la educación...-contesto-De las niñas...
              Augusta me sonríe con cariño. Dice que, si me lo propongo, puedo llegar a ser una buena ensayista. Yo no lo tengo tan claro. Me quedo en blanco en cuanto tengo una hoja en blanco delante de mí. Augusta coge una galleta. Le da un mordisco.
-¿Por qué no lo intentas?-me propone.
-Lo estoy intentando-le recuerdo-Pero no logro plasmar en papel todas las ideas que se me agolpan en la cabeza. Es muy difícil.
-Escribes un diario.
-No te voy a decir dónde lo guardo. ¡Ni hablar!
-Escribes en un diario. Luego, puedes escribir cualquier cosa. Una novela...Un ensayo...Un poema...
              Augusta pasa a parlotearme acerca del conde de Noriega.
              Está locamente enamorada de ese hombre.
-A él no le gusta la poesía-me cuenta-Dice que prefiere leer ensayos.
-Su Excelencia y mi padre podrían ser buenos amigos-sugiero-Comparten unos gustos muy parecidos.
-Yo me aburro leyendo ensayos. Me obligo a mí misma a leerlos. Quiero causarle una buena impresión a don Enrique. No quiero que piense que soy una joven frívola. No sé si me convertiré en su esposa. Aún  así, quiero causarle una buena impresión. Aunque...El dice que le gusto tal y como soy.
-Entonces, te quiere de verdad, prima.
              Terminamos de merendar. Augusta me conduce hasta el salón. Busca algo detrás de un cojín.
               Se trata de una carta. La ha recibido esta misma mañana. Augusta me sonríe con gesto cómplice.
-Es de don Enrique-me cuenta-¡Te la tengo que leer!
-Me muero de ganas de saber lo que te dice-le aseguro.
-Es todo un caballero, Claudia. ¡Lo quiero! ¡Lo quiero muchísimo!

             Nos sentamos en el sofá. Augusta empieza a leerme la carta. Admito que el tono que emplea el conde es muy formal. Se refiere a mi prima con mucho respeto. Sin embargo, percibo cierta pasión en algunas frases que emplea. Augusta se porta de un modo desconocido para mí cuando tiene que hablarme de don Enrique. Ella no se ruboriza nunca. Pero es toda rubores cuando me lee esa carta. Su risa se vuelve tonta. Eso no es nada común en ella.
-Tengo que escribirle una carta-me cuenta.
-¿Has pensado en lo que le vas a decir?-le pregunto.
-No quiero parecer muy atrevida. Podría pensar lo peor de mí.
-Sé sincera con él.
             Augusta dobla con mucho cuidado la carta.
-La guardaré en un lugar secreto-me confiesa-Y la volveré a releer más tarde.
             Se guarda la carta dentro del escote de su vestido.
-No creo que salga esta tarde a montar a caballo-me dice-Quiero descansar un poco.
-Sube y acuéstate hasta la hora de cenar-le aconsejo-Rosalía te avisará cuando llegue el momento.
-Eres muy amable, Claudia. Eres como una hermana para mí.
             Augusta se pone de pie. Sale del salón con paso lento y cansado.

lunes, 4 de febrero de 2013

UNA BRISA SUAVE

           10 de febrero de 1825

           Ricardo y yo procuramos no mirarnos a los ojos. Una y otra vez, recuerdo lo que ocurrió ayer entre nosotros. Las palabras de Ricardo resuenan en mis oídos. Me pregunto si me las ha dicho de verdad o si las he soñado.
           Tengo que hablar con él.
           A nadie le extraña que decida salir a dar un paseo por la playa con Ricardo.
           Después de todo, somos primos. Pero creo que él sospecha el porqué quiero salir a dar este paseo por la playa precisamente con él. Caminamos separados el uno del otro apenas unos centímetros.
           Procuro mantenerme alejada de la orilla de la playa para no mojar la falda de mi vestido.
           El mar está en calma. No sopla ni una ligera brisa.
-Se trata de lo que te dije ayer-ataca Ricardo-Quieres hablar conmigo de eso. ¿No es así?
            Procuro no mirarle.
-Sí...-contesto.
-Me imagino lo que vas a decirme-suspira Ricardo.
-¿Y qué crees que te voy a decir?
-Me dirás que me quieres mucho. Pero no estás enamorada de mí. Que soy tu primo y que no debo de hablarte de esas cosas. Que está mal.
-Supones demasiadas cosas, primo.
-¿Por qué?
           Nos detenemos. Hay una gaviota posada en la isla de Sant Antoni. Tengo la sensación de que está presenciando este momento. Ha llegado el momento de sincerarme con Ricardo. Aunque me esté muriendo de vergüenza.
            La escrupulosa Claudia Ballester está enamorada de su primo.
-Dices que estás enamorado de mí-digo-Pero tú no sabes que yo también estoy enamorada de ti. Por eso, dejo que el canalla de Pedro Serrano me corteje. Porque lo nuestro es imposible, Ricardo.
-No es imposible-me asegura él.
-Nuestra familia no lo entenderá. ¡Ni yo misma lo entiendo!
-Claudia...Te amo. Y, ahora, sé que tú también me amas. No hay nada imposible.
-Es un imposible. ¡Es una locura!
-No, Claudia. Ya no sé si podré volver atrás. No...
            Me acerco a Ricardo y lo beso de lleno en la boca.
            Tiene razón, pienso. Ya no hay vuelta atrás en nuestra relación.

domingo, 3 de febrero de 2013

UNA BRISA SUAVE

                  9 de febrero de 1825

            Salgo al jardín para contemplar el amanecer. No he podido conciliar el sueño durante toda la noche. Los ojos de Ricardo me perseguían.
              No soy la clase de chica que pasa la noche despierta mirando por la ventana.
              Pero, al amanecer, no podía permanecer por más tiempo acostada en la cama.
             Al llegar al jardín, me encuentro con la sorpresa de que está Ricardo allí. Tiene los ojos hinchados. Tampoco habrá podido pegar ojo, pienso.
-Hola, Claudia-me saluda-¡Qué sorpresa me produce verte!
-¿Qué estás haciendo aquí?-le pregunto.
-No he dormido nada en toda la noche. Quiero redondear esta noche de insomnio.
-A mí me ha pasado algo parecido. Tampoco he podido conciliar el sueño.
              Ricardo va vestido. Lleva puestas sus botas de montar. Me cuenta que ha pasado la noche montando a caballo. Me pregunto si habrá visitado la taberna. No es asunto mío lo que haga o deje de hacer. No soy su mujer. Tampoco soy su prometida. Tan sólo soy su prima. Ricardo es un bala perdida. Pero le corresponde a Augusta ocuparse de él.
-Ven aquí-me invita-Siéntate a mi lado. Y veamos juntos cómo sale el Sol.
             Me siento tentada a dar media vuelta y a meterme dentro de casa. Llevo puesto el camisón. No me parece decoroso nada de lo que está pasando.
-Voy en camisón-trato de hacerle ver.
            Ricardo me sonríe. No hay lujuria en su sonrisa. Hay una dulzura que me conmueve. Llevo puesta encima del camisón la bata. Me anudo el lazo de la bata con fuerza. Mis mejilla están encendidas. Mi corazón palpita con mucha fuerza.
-Soy tu primo, Claudia-me dice Ricardo con mucha ternura-Jamás te haría daño. Me cortaría una mano antes de hacerte daño.
-Lo sé-asiento.
              Me acerco a él. Me siento a su lado.
-Sé que te peleaste con el señor Serrano-le digo.
-¿Cómo lo sabes?-me pregunta Ricardo.
-No soy ciega.
-Ese hombre es un canalla. ¡No te merece! ¿Por qué dejas que venga a verte? No te quiere. Sólo busca una cosa de ti. ¿No te das cuenta?
            Miro a Ricardo.
            Habla con mucha vehemencia. Con mucha pasión...
-Es un caballero y está interesado en mí-le explico-Al menos...Eso es lo que me dice. Yo soy una dama. Se supone que debo de agradecer las atenciones que un caballero me dispensa.


-¿Estás enamorada de  ese sinvergüenza, prima?
            ¿Por qué quieres saberlo?, me pregunto en silencio.
              El Sol empieza a aparecer en el horizonte. Una gran bola de color naranja...
              El cielo va cambiando de color. La noche está muriendo. Está naciendo un nuevo día. Ricardo y yo somos testigos de ese momento. No pienso en Pedro Serrano. No pienso en Dafne Velasco. No pienso en nadie. Ricardo y yo estamos juntos. Para mí, eso me basta.
-No estoy enamorada de él-le confieso.
              Ricardo lanza un suspiro. Es un suspiro de alivio.
-Me alegro-admite-Me alegro muchísimo.
-¿Por qué?-le pregunto.
-Hay una cosa que quiero decirte. Pero no me atrevo a decírtela. Eres mi prima, Claudia. Pero...
                 Se calla y oímos el sonido de las olas, que parecen susurrarnos sus secretos.
-No se trata sólo de eso-prosigue Ricardo. Le cojo la mano. No sé lo que me quiere decir-Eres mucho más que eso, Claudia. Y me asusta.
 -¿El que te asusta?-indago.
-Me asusta que me desprecies. Que me odies.
                 Algunos campesinos abandonan sus casas. Puedo oírles cantar desde donde estoy. Se dirigen a los arrozales.
-¡Nunca te odiaría!-le prometo.
              Ya sale una barca de pescadores para faenar.
-Es sobre ti y sobre mí-me confiesa Ricardo-Te quiero, Claudia. Pero...Este amor...El amor que siento por ti no debería de existir. Mi padre y tu padre eran hermanos. Somos primos. Llevamos la misma sangre. No debería de amarte. Pero te amo.
              Se lleva mi mano a los labios. Me besa la palma.
               Oigo cómo los latidos de mi corazón me golpean en las sienes. Los ojos de Ricardo, al mirarme, están cargados de amor y de anhelo. Siento que Ricardo deja en estos momentos de ser mi primo. Nó sé en qué se va a convertir.
-Te amo más que a mi propia vida, Claudia-sentencia.
-Ricardo...-susurro.
            Mis ojos se llenan de lágrimas. No debería de estar pasando esto. ¡Pero está pasando! No soy capaz de articular palabra.
-Eres el Sol de mi vida, Claudia-dice Ricardo-Eres mi ángel. Mis palabras pueden sonarte vacías. Pero muero todos los días un poco cuando pienso que puedas casarte con ese canalla. No me importa que no me ames. De verdad...Si es así, olvida todo lo que te he dicho. Pero no puedo casarme con Dafne cuando mi corazón lo tienes tú, Claudia.
-No me casaré con Pedro Serrano-le cuento-No podría amarle. Y yo...
-¿Qué me quieres decir?
-Yo...
           Ricardo se acerca a mí. Sus labios rozan suavemente los míos. Me besa con suavidad con un beso corto. Pero que lo cambia todo.
           No podemos seguir hablando.
           Oímos ruidos de ventanas que se abren.
           Rápidamente, me aparto de Ricardo. Me pongo de pie y me meto corriendo dentro de casa. No creo que nos haya visto nadie. Por algún extraño motivo, siento que mis pies no tocan el suelo. ¡Ricardo me ama! Siento que mi corazón está a punto de estallar de alegría. Porque Ricardo acaba de confesarme que está enamorado de mí.

sábado, 2 de febrero de 2013

UNA BRISA SUAVE

                  8 de febrero de 1825

              Ricardo, Augusta y yo damos un paseo por la isla. Hace algo de frío esta tarde. Augusta y yo nos ponemos un chal para protegernos del frío.
-El señor Serrano y tú estáis un poco torpes últimamente-comento. Miro a Ricardo-Los dos habéis sufrido accidentes que pueden ser muy raros.
              Mi primo se pone rojo. Me fijo en ese detalle.
              ¿Por qué?, me pregunto. ¿Por qué se pone rojo?
               Hay un hombre pescando en el río. Nos fijamos en que ya hay en su cesta varias pantenas. Sin duda, su día de pesca está siendo muy provechoso. Cuando salimos de casa, vimos a los jornaleros arrancar las malas hierbas que crecen en el arrozal. Hay arrozales cerca de la orilla del río. Las arquetas sirven para que el agua del río llegue hasta los arrozales. Y se rieguen.
                Da pena, pienso. Dentro de muchos años, Ricardo, Augusta y yo estaremos muertos. La isla seguirá aquí.
                ¿Cómo seguirá? ¿Seguirá viviendo gente en ella?
                Vemos pasar a un carruaje desde la distancia.
                Augusta frunce el ceño. No era el carruaje del conde de Noriega. Mi prima dirá lo que quiera ante su hermano. Pero está perdidamente enamorada de don Enrique. Y quiero pensar que él también le corresponde.
                 ¿Se echará a perder la tierra cuando nosotros ya no estemos? Apartamos los juncos que se enredan a nuestro paso en nuestras piernas. Pisamos las matas de carrizo sin darnos cuenta mientras caminamos. Estamos cambiando, sin darnos cuenta, el paisaje.
                  Las aves están metidas en sus nidos. Están empollando sus huevos. En pocas semanas, nacerán los polluelos.
                  Es un gesto que se repite año tras año.
                   Quizás...Yo...
                  No esté aquí el año que viene. Podría estar en Barcelona. Ya tengo dieciocho años. Tengo que tener una puesta de largo. Lo dicen mis padres. Pero...La idea no me entusiasma nada.
-Ese tipo debía de estar borracho-afirma Ricardo-O, a lo mejor, estaba de resaca. Hay una taberna en la isla. Va mucho por allí. Deberías de vigilar bien tu dote, prima.
-Mi dote está bien guardada-le tranquilizo.
-A don Enrique no le interesa mi dote-intervino Augusta-Me ha escrito una carta. Es muy bonita. No la he traído conmigo. Está bien guardada en mi habitación. Voy a releerla todos los días. ¡Qué cosas me dice! ¡Quién lo iba a imaginar! Siempre ha tenido fama de serio. A mí me intimidaba.
-¿El conde te da miedo, hermanita?-ironiza Ricardo.
-¡Oh, ya me conoces!-se ríe Augusta-No le tengo miedo ni a nada ni a nadie. Pero con el conde es distinto.
-Es normal, hermana mayor. Estás enamorada de él.
-Yo le aprecio mucho. Y le quiero mucho. Y él está muy interesado en mí.
-Si sus intenciones son serias, debería de hablar con mi padre-sugiero-Estás bajo su cuidado.
-Es ahora cuando más de menos echo a mi madre-se lamenta Augusta-Echo de menos los consejos que me daba. No tuve mucho éxito cuando fui presentada en sociedad.. Los caballeros que me cortejaban me decían que yo era hermosa. Pero no soportaban mi inteligencia. Les intimadaba mucho. Prefieren casarse con una mujer que sea una tonta. Don Enrique no es así. Su Excelencia valora mis opiniones. Le gusta hablar conmigo. Dice que soy muy inteligente. Le gusta debatir conmigo sobre cualquier tema. Y eso es muy importante.
                Los árboles que están a la orilla del río se inclinan hacia las aguas. Cada año que pasa, se van inclinando cada vez más. Se quieren suicidar, pienso.
-Dafne recibe en su casa visitas-le dice Augusta a Ricardo-Van a verla caballeros muy importantes de toda la comarca. Te sugiero que te espabiles.
-Dafne es una joven encantadora-se sincera Ricardo-Pero no creo que estemos hechos el uno para el otro. Somos muy diferentes. No seríamos felices. Ella se merece otra clase de hombre. Más sereno...
-¡Eso mismo pienso yo!-casi grito-Ricardo es un bala perdida. No creo que sea capaz de ser un buen marido para una joven como Dafne.


-¡Tonterías!-exclama Augusta-Ricardo y Dafne están hechos el uno para el otro, Claudia. Lo que pasa es que mi hermano es un bobo que no se da cuenta de nada.
              Dicho esto, Augusta se cuelga del brazo de Ricardo para caminar. Le sonríe con dulzura.
              Ricardo no mira a su hermana. Me está mirando a mí. Me mira con tanta intensidad que empiezo a temblar. No sé porqué me alegro de que Ricardo no esté enamorado de Dafne.
              Sus ojos me lo dicen. No está enamorado de Dafne Velasco. Y yo me alegro de que no la ame.
-Creo que la decisión de escoger una esposa me corresponde a mí-le recuerda a Augusta-Tengo que evaluar si el conde es capaz de hacerte feliz, hermana mayor.
-Soy lo bastante mayorcita como para escoger marido-le replica mi prima-Pero tú eres mucho más joven que yo.
-Sólo soy dos años menor que tú. Ya no soy un niño, Augusta. Puedo escoger a quien quiera como esposa. Sólo tengo que amarla. Y cerciorarme de una cosa.
-¿De qué te tienes que cerciorar?-le interrogo.
-De que ella también me ame.
               Mi corazón empieza a latir a un ritmo muy agitado. Aparto la vista de Ricardo. No soporto el brillo intenso que desprenden sus pupilas esta tarde. Decidimos regresar a casa. Augusta y yo tenemos que subir a cambiarnos de ropa. Ricardo entra a toda prisa en el salón. Se sitúa frente a la ventana. Yo me quedo parada durante unos instantes en el umbral de la entrada al salón. La puerta está abierta. Augusta sube la escalera dando zancadas.
-Primo...-le llamo-Tomes la decisión que tomes, quiero que sepas que me alegro por ti.
-¿Lo dices en serio, Claudia?-me pregunta.
-Por supuesto que lo digo en serio. Sólo quiero que seas feliz.
               Ricardo se gira para mirarme.
-Claudia, quiero que sepas que te quiero muchísimo-me confiesa-Que si me meto con ese tal Serrano es por ti. Porque no quiero que te haga daño. Después de mi hermana, eres la persona a la que más quiero en este mundo. Tu compañía es para mí el mejor de los regalos.
              Noto cómo las mejillas se me encienden al escuchar lo que considero que es un piropo. Soy su prima, pienso. Es normal que valore mi compañía.
-¡Vaya!-me río.
-Es la verdad-insiste Ricardo-Quiero que sepas que me alegraré por ti tomes la decisión que tomes. Pero te ruego que no tomes una decisión precipitada. Eres una muchacha muy inteligente, Claudia. No te dejas guiar por unas cuantas palabras bonitas. Las palabras bonitas, a veces, van acompañadas de un recipiente vacío. No hay amor. Sólo hay unas cuantas frases soltadas por casualidad. Lo que importan de verdad son los sentimientos. El preocuparse de verdad por una persona. Sobre todo... Cuando...Esa persona...Es a la que más se ama en el mundo.
              ¿Y a quién amas tú, primo?, quiero saber. ¿Estás realmente enamorado de Dafne?
-Voy a subir a cambiarme-me decido.
               Subo corriendo la escalera. Quiero alejarme de Ricardo. Siento fija su mirada en mi espalda.